domingo, 2 de mayo de 2010

El cuarentón

Arrojó las relucientes monedas contra la bandeja y esperó la vuelta.


- Falta un euro- le amonestó el cobrador.

- ¿Cómo?

- Un euro, señor, o se baja.

   Rebuscó en los bolsillos hasta dar con una moneda escondida en los pliegues del pañuelo. La moneda rebotó furiosa en la bandeja. El conductor le entregó el ticket sin inmutarse. Al fondo había un asiento libre pegado a la ventana. Después de comprobar que estaba limpio trató de acomodarse. Estiró las piernas tocando con las punteras de los relucientes zapatos el asiento delantero. Al mirar por la ventanilla era como si el mundo se hubiera quedado sin color. El persistente gris le acongojaba y le hacía sentir frío en los huesos. Cuanto le rodeaba, hasta la sonrisa del niño que descaradamente buscaba la suya, estaba impregnado por la tristeza. Acababa de cumplir los cuarenta y cuatro. Tenía el ánimo de un náufrago al que una ola le arrebata el salvavidas.

La línea circular del autobús en sus repetidas vueltas por la ciudad le hizo regresar al primer escaparate, a la tienda donde eligió emocionado un regalo para su primera y única novia.

- Llegarás lejos- le dijo ella enlazándole las manos con tanto embeleso que sintió que la rechazaba.

   Su novia desde el principio cayó rendida a sus pies. Mónica le propuso un día una escapada lejos de sus padres fingiendo un viaje con una compañera. Pasaron tres días completamente desnudos en una cabaña de la sierra. Hacían la vida en la cama como John Lennon y Yoko Ono. Fumaban porros sin parar de hablar. La nevera junto a la mesilla de noche les saciaba el hambre. Nada más necesitaban.
Los frenos chirriaron y el autobús se detuvo a la puerta del café donde se le había declarado. Mónica, te quiero más que a nadie en el mundo. Le dio vergüenza rememorar el susurro y la grandilocuencia de su voz adolescente. Los ojos de Mónica no dejaron de sonreír hasta que la despidió en el portal. Demasiado empalagosa y posesiva, se dijo mientras devolvía el guiño al niño que vuelta la cabeza le miraba desde el asiento delantero.


- ¿Dónde va, señor?

- Lejos, muy lejos, mocoso.

   Ni siquiera sabía que hacía en el autobús. Se había plantado en la parada en su día libre, alzado la mano y subido presa de emociones incontrolables. Varios compañeros habían sido expulsados del trabajo el último mes. Sin duda sería el próximo. Tenía un historial envidiable, un perfil insuperable, pero la bestia podía con todo.

   Tras los ventanales un hombre maduro, atractivo, el pelo encaneciendo sabiamente, con un punto de nostalgia en los ojos. Así lo vio la agente de policía que dirigía el tráfico en la hora punta. Lo tuvo ante el cristal unos segundos, los suficientes para sentirse atraída. El conductor palideció cuando los pitidos le conminaron a arrimarse a la calzada. La agente subió con la gorra en la mano, luciendo una espléndida sonrisa, esponjándose la melena rubia. El conductor la miró azorado.



- Lleva más pasajeros de los permitidos.

   Con paso marcial se dirigió al fondo y empezó a contarlos uno por uno. Cuando llegó a su lado él la miró contrariado. Le pareció aún más guapo y viril.

- Documentación.

- ¿Bromea?

   Cuando recibió su llamada solo supo asentir a la cita. Por teléfono tenía una voz atractiva. Estrenó el polo, unos vaqueros y un frasco de colonia. Al llegar a la plaza y abrazarla el arma le golpeó en la cadera.


- ¿Por qué llevas pistola?

- Toda precaución es poca.

- Pero estás fuera de servicio.

- Tengo permiso de armas.

- Me das miedo- bromeó mientras la tomaba de la mano.

- No sabes lo mala que puedo llegar a ser.