jueves, 10 de febrero de 2011

¿Hay luz al final del túnel?

   ¿O esté se volverá más oscuro y tenebroso? Adivinar lo que se nos viene encima en estos tiempos es una tentación incontrolable. Y cuánto más grande es la predicción que lanzas más cerca estás de ser omnipotente. Si aciertas te creerán cercano a Dios, algunos el propio Dios. Pero si fallas te arrojarán a las llamas del infierno.

   Así que para no errar y tener a todos contentos voy a seguir los sabios consejos de una reputada futuróloga que en su día profetizó: "Lo que ha sucedido en este año y medio con el cambio de previsiones constantes por parte de todos los organismos, pone de manifiesto que es una sabia decisión esperar hasta el último momento para hacer las previsiones". Parece un galimatías pero este era el sabio consejo que dio Elena Salgado, que ha llegado a dirigir la Economía de España. Esta vicepresidenta fue la que alumbró una falsa primavera con brotes verdes pero también fue la que olvidó profetizar que una helada (y no por un crudo invierno) los arrasaría.

   Y es que antes de profetizar hay que saber que todo aquél que vaticine el futuro debe tener en cuenta el comportamiento bipolar de sus predicciones (no me refiero a la ministra, pese a lo que está cayendo se la ve muy cuerda todavía) síntoma inequívoco de la esquizofrenia en que vivimos. Hay radica el riesgo y la emoción de este singular oficio: saber combinar el blanco con el negro, la alegría y la tristeza, el optimismo y el pesimismo. ¿Me siguen?...Y aunque lo parezca esto no resulta fácil. Verán porqué. Durante los últimos años asistimos sin pestañear ni derramar una lágrima a un baile incesante de indicadores económicos contradictorios que primero ofrecen un sombrío panorama y luego expectativas de mejora. Algunos dicen de estos indicadores o señales que son las mentiras encabalgadas en la crisis. Yo para ser más suave los califico de falsos espejismos. En España llevamos unos cuantos y no hace falta que los recuerde para no amargaros el día. Todos queremos saber que nos deparará el futuro. Y yo estoy en condiciones de aventurarlo mejor que nadie.

Así que para entrar en materia os propongo un reto universal: si el profeta Daniel predijo algo -que nadie había imaginado todavía, ni siquiera se sabía de su posible existencia- como fue la llegada de Jesús, El Mesías (luego se descubrió que el propio Jehová (Dios) le había pasado información privilegiada, consultar Daniel: 9:25), yo, humildemente, voy a profetizar el fin de la crisis con años, meses, días, horas, minutos y segundos…Soy consciente de que corro un gran riesgo: ser tomado por un loco, por un genio o caer en el más espantoso de los ridículos. Pero gustosamente y por el bien de la humanidad y de España me expongo a ello. Siguiendo el consejo de la vicepresidenta Elena Salgado he decidido esperar hasta el último momento para hacer mi profecía. Otros más sabios que yo me han precedido en el arte de adivinar lo que todavía no se ha producido. Pero así como ellos predicaron ruina, yo alumbraré tiempos de prosperidad.

   Corría el año 2006, cuando delante de un selecto auditorio, un economista hizo una serie de predicciones que incluían una crisis bancaria, del petróleo y una fuerte recesión, la más grande desde la Gran Depresión. Alertó además que la burbuja hipotecaria en los Estados Unidos estaba a punto de explotar. Sus predicciones fueron objeto de burla, mofa y escarnio y le faltó el canto de un duro para ser ajusticiado. En este 2011 yo me atrevo –y os pongo a todos por testigo- a correr los riesgos que corrió Nouriel Roubini que así se llamaba este santo que profetizó la crisis mundial. Lamentablemente Roubini (nacido en Turquía y nacionalizado norteamericano) predicó en el desierto y el mundo está pagando las consecuencias de no haberle escuchado.



   Si a Roubini lo podemos encuadrar en la categoría de los profetas mayores conviene no hacer de menos a los profetas de andar por casa que todos llevamos dentro. Es el caso de Edward Hugh, un profesor a tiempo parcial, en la edad de la jubilación y afincado en Barcelona (en la imagen con su portátil), cuya figura ha glosado nada menos que el New York Times. Durante años, nadie prestó atención a las advertencias de este británico y economista autodidacta que repetidamente predijo desde un cibercafé (enviando cual lunático un mensaje tras otro al Fondo Monetario Internacional y otros poderosos organismos) que la zona del euro no podía sobrevivir. Su razonamiento era sencillo: los ancianos y tacaños alemanes no pueden coexistir bajo el mismo techo con los irlandeses, portugueses griegos y españoles. Ahora que la crisis sacude a los mercados mundiales sus reflexiones son de lectura obligada en la Casa Blanca. Pero lamentablemente al igual que les sucede a los grandes profetas, Edward Hugh adivina las tragedias mundiales pero no las que se ciernen sobre su cabeza. Hasta el punto de que tuvo que pedir dinero prestado para comprarse ropa. Pero no perdamos el hilo. Ahí va mi predicción: las vacas gordas llegarán a las 17 horas 35 minutos 8 segundos del 30 de enero de 2014. Sólo queda esperar para santificarme o si me equivoco –algo poco probable- echarme a la hoguera. No tardará en aparecer otro profeta para alumbrar nuevas profecías.