martes, 15 de febrero de 2011

Creencias de niño que se derrumban

   De niño con el corazón acelerado llegaba hasta la iglesia de San Felicísimo en el bilbaíno barrio de Deusto. Lo que había en su interior me atraía poderosamente. No sé como explicarlo. Aunque haya dejado de creer, perdí la fe al poco de hacer la primera comunión, lo que está fuera de lo común me llama la atención.

   Al pisar la nave central el olor a incienso me recuerda las mañanas de domingo arrodillado en el reclinatorio escuchando las prédicas del párroco. Entonces las llamas del infierno acechaban. Presa de una curiosidad malsana me acercaba hasta el fondo de la nave pisando suavemente. En la urna de cristal sigue hoy el que yo creía el cuerpo incorrupto del santo. Corto de estatura, apenas uno cincuenta, San Felicísimo tiene la cara macilenta, del hábito sobresalen sus pies ennegrecidos y los dedos como lapiceros afilados, las uñas crecidas como garras. Tiene la piel apergaminada. Me impresiona sobremanera el tajo en el cuello.
Ahora publicaciones sacadas de Internet me desvelan la realidad: "El cuerpo de San Felicisimo no se converva incorrupto. La imagen que se venera expuesta en la urna es como la concha que encierra la perla; es decir, los huesos benditos, las santas reliquias del Mártir que descubiertas en las catacumbas romanas fueron traidas a Bilbao como el más preciado de todos los tesoros..."
A quien le interese más información puede visitar: http://hedatuz.euskomedia.org/2673/1/18309319.pdf