domingo, 20 de febrero de 2011

Una fortaleza incendiaria contra el régimen

   En el Madrid agonizante del general el ‘Johnny’ era una isla de libertad. Una fortaleza incendiaria contra el régimen. Provocar era tan fácil como invitar a un cantautor al escenario, promover una conferencia en la que se hablara de paz y libertad o recoger firmas para un acto solidario.


   Un día al celebrarse un acto no autorizado la autoridad gubernativa ordenó el desalojo inmediato del colegio. Desde la calle hasta el vestíbulo que no podían traspasar, los grises apretando las mandíbulas y agitando las porras esperaban impacientes como el perro guardián a su presa. Montaron un inexpugnable cordón policial para que nadie entrara ni saliera del recinto. Cuando se dio la orden de desalojo se obligó a estudiantes y conferenciantes (profesores, artistas, algún futuro ministro) a abandonar el salón de actos y salir a la calle. Según pasaban los policías cargaban con saña. Aunque los asistentes se cubrían la cabeza con antebrazos y codos, las porras rompían las muñecas y rebotaban en los cuerpos, haciendo que alguno cayera conmocionado.

“Esquivé con la mano un golpe de la culata de la pistola a la cabeza, de un famoso policía de entonces, que a punto estuvo de costarme escayolar el dedo pulgar y que me dejó una huella para siempre”, declara un testigo. El médico del Colegio realizó más de trescientos certificados médicos de heridos y por ello sufrió el acoso de las autoridades. La policía se llevaba después del registro algún póster del Che Guevara o de Jesucristo, los más abundantes en las habitaciones, y también de Fidel Castro, Ho Chi Min y hasta del propio Lumumba del Congo. Pero ninguna propaganda ilegal, que es lo que al parecer buscaban.

Tenía compañeros de provincias que se alojaban en el Johnny durante todo el curso. Las habitaciones pequeñas en forma de vagón de tren, tenían a la derecha el cuarto de baño, un armario, la mesa y silla de estudios con un anaquel en la pared para los libros. Al fondo una cama estrecha, con una ventana exterior al arbolado para los más afortunados.

Ir a cenar al San Juan Evangelista era una fiesta en días señalados. Un colegiado te conseguía un ticket y te presentabas como externo. Hacías cola entre jóvenes bromistas y soliviantados

- ¿Sabéis cuánto le queda a la momia?

- Dicen que de este mes no pasa.

La voz del Caudillo cada vez más aflautada era un lejano eco de sus arengas militares, recias y viriles; la mano cada vez más lacia le caía en la frágil cadera, la mirada estrábica delataba su desorientación. Los sollozos repentinos eran emociones incontrolables de viejo.

Los viernes por la noche centenares de jóvenes afluían al Johnny para los festivales de música (una protesta encubierta al franquismo), teatro, seminarios, conferencias, cine club, etc. Pero las noches de los viernes también había licencia para que las chicas pudieran entrar. Al salir de la habitación de un compañero vi parejas por los pasillos. Pero sobre todo el San Juan era el templo del Jazz. Muchos venían de fuera de Madrid sólo por ver a los grandes.