martes, 22 de febrero de 2011

¿Gustaré a las chicas?...

   La sastrería de mi padre era un pequeño local, con tres plantas, con el espacio muy aprovechado.

   En la planta de la calle, a la izquierda había un pequeño mostrador vitrina en donde estaba expuestos a la vista de la clientela gemelos, cinturones y slips; encima del mostrador un soporte muestrario con corbatas, detrás unos armario con todo el género y enfrente una amplia vitrina iluminada con camisas y corbatas colocadas de la forma más seductora. Unas escaleras de madera subían al probador una diminuta habitación con un espejo a tamaño natural de tres cuerpos.



   Al fondo de la planta de calle estaba la mesa de cortar con la pañería en los estantes. Al lado de la mesa de cortar descendían unas escaleras al taller, en donde un oficial dirigía a varias chicas. Había dos mesas con sus planchas, máquinas de coser a pedales y taburetes. Contaba en un cuartucho con un retrete mísero, el único de la tienda.
   En la sastrería vino el despertar al sexo con la joven aprendiza. Se colocaba muy recatada en el pequeño mostrador de las corbatas mirando hacia la calle. Si pasabas a su lado podías oler su perfume a jabón luxe de tocador. No hablaba mucho. Para pretenderla el truco estaba en hacerle cosquillas, se reía y disimuladamente la rozabas. Con catorce años subía las escaleras hacia el probador y empezaba a contemplarme en el espejo de tres cuerpos. Uno podía girarse y contemplarse desde todos los ángulos y ver su cuerpo en todas las perspectivas. ¿Gustaré a las chicas?...