domingo, 26 de junio de 2011

Sé feliz


   Frenó ante el semáforo en rojo. Giró la cabeza hacia la izquierda, fuera de la ventanilla, y se quedó mirándolo fijamente aunque el sol le restallaba en las pupilas. Sé feliz. Le pareció un insulto el reclamo de aquél cartel publicitario. Incrédulo se frotó los ojos. Una marca de cerveza le acosaba. Perplejo ante la eficacia del mensaje, empezó a tener una sed endiablada, notó un sudor frío que le recorría las sienes. Sé feliz parecían gritarle aquellas letras rojas de un metro de altura. Hacía un calor insoportable -uno de los días más irritantes del tórrido verano- y por un momento creyó degustar en el paladar una cerveza bien fría. Cuando el semáforo lució verde, seguía allí, petrificado, sintiendo que algo le quemaba la garganta. La sed se hizo insoportable. Sin pensarlo descendió del coche pausadamente. Sus pies caminaban como impelidos por un resorte hacia el fatídico eslogan. Atravesó la calzada al tiempo que una furgoneta de reparto alcanzaba los 80 km/h.
- ¡Yonki de mierda!
   Un salto oportuno evitó la tragedia.
   En estado hipnótico se situó debajo del cartel. Levantó la cabeza hacia las letras rojas y esbozó una amplia sonrisa, el labio superior se le cubrió de gotitas de sudor caliente. A las tres de la tarde el termómetro marcaba 40º a la sombra. Era el único peatón en aquella isla de calor. De pronto se le nubló la vista y sintió como aquellas letras se le venían encima. La cruda luz del hospital le devolvió a la realidad. Cuando llegó su mujer balbuceando ¡lo que nos faltaba! aún estaba pálido como la cera. Mientras le cogía la mano, la enfermera que acababa de inyectarle un tranquilizante le informó de la situación.
-          Su marido ha sufrido una fuerte conmoción. Lo encontraron tirado bajo un cartel de Heineken.
-          ¡Dios Mio!
-          No, señora. Estaba inconsciente pero sobrio. El cartel publicitario le cayó encima.
    Cuando abrió los ojos su mujer empezó el interrogatorio.
-          Carlos ¿tú crees que saldremos adelante?
-          Claro, mujer. No lo veas siempre todo tan negro.
-          Lo que tenías que haber hecho era una oposición para Aduanas o algo parecido.
-          ¿Funcionario yo?
-          Sí. Nos hubiera ido mucho mejor. Comeríamos carne todos los días.
-          Un funcionario tardaría tres años en ganar mi sueldo de un año.
-          Y eso que importa ahora. Si te has quedado mano sobre mano. Los funcionarios siguen ahí- calentando o no la silla, con congelación salarial o sin ella- y en cambio tu estás sin trabajo y cada día más idiotizado.
-          ¿Y qué quieres que haga?
-          Buscar trabajo con más ahínco.
-          Mi curriculum está en Internet. Lo conoce medio mundo.
-          Carlos, perdóname, pero creo que no deberías bombardear a todo bicho viviente con tus dotes profesionales. No es una buena táctica.
-          ¿Ah, no?
-          Te lo he dicho mil veces. Tienes que hacerte valer. Dar un golpe en la mesa y decir aquí estoy yo.
-          No están los tiempos como para dar puñetazos.
-          Pues haberlo pensado antes. Si hubieras sido un poquito más condescendiente con tu jefe a lo mejor no te habrían puesto de patitas en la calle.