viernes, 26 de agosto de 2011

Un lunático


 A las cuatro en punto, ya ni le esperábamos para comer, apareció en la puerta el desequilibrado de mi marido. Le escoltaban dos policías adustos. Mi marido fue perder el empleo y la cabeza; aunque a veces me pregunto si no llevo treinta años casada con un lunático. Tal era su aspecto que el perro no le reconoció y le enseñó la amenazadora hilera de dientes.
- Señora, -dijo el que parecía tener más autoridad- no se tome a mal la pregunta: ¿Vive aquí este hombre?
- ¡Por Dios! Si es mi marido.
- Eso es lo que usted dice. ¿Puede demostrarlo?
   Nuestros hijos adolescentes no abrieron la boca para mentar a su padre. Era su venganza por las broncas que habían tenido con él estos días. Fui al salón y cogí una foto familiar pero no me gustó (todos muy serios y ceremoniosos) así que busqué otra más informal, la de las ultimas vacaciones.
-          Déjenme entrar- suplicó mi marido retorciendo las manos-. He de ir al baño.
-          Ni lo sueñe. No puede allanar una propiedad privada.
   Desde el salón me quedé mirando a los dos policías y exploté:
-          Vamos, no sean ridículos. Déjenle pasar. Esta es su casa. Es mi marido.
-          Eso tiene que demostrarlo.
   Me acerqué con la foto familiar. Se la mostré cohibida.
- Se le da un aire- dijo el más indulgente. Pero tiene que probarlo. 
   Mi marido o el que dice serlo sigue en la puerta, escoltado por dos policías.