A las cuatro en punto, ya ni le esperábamos
para comer, apareció en la puerta el desequilibrado de mi marido. Le escoltaban
dos policías adustos. Mi marido fue perder el empleo y la cabeza; aunque a
veces me pregunto si no llevo treinta años casada con un lunático. Tal era su
aspecto que el perro no le reconoció y le enseñó la amenazadora hilera de
dientes.
- Señora, -dijo
el que parecía tener más autoridad- no se tome a mal la pregunta: ¿Vive aquí
este hombre?
- ¡Por Dios!
Si es mi marido.
- Eso es lo
que usted dice. ¿Puede demostrarlo?
Nuestros hijos adolescentes no abrieron la
boca para mentar a su padre. Era su venganza por las broncas que habían tenido
con él estos días. Fui al salón y cogí una foto familiar pero no me gustó
(todos muy serios y ceremoniosos) así que busqué otra más informal, la de las
ultimas vacaciones.
-
Déjenme entrar- suplicó mi marido retorciendo las
manos-. He de ir al baño.
-
Ni lo sueñe. No puede allanar una propiedad privada.
Desde el salón me quedé mirando a los dos
policías y exploté:
-
Vamos, no sean ridículos. Déjenle pasar. Esta es su
casa. Es mi marido.
-
Eso tiene que demostrarlo.
Me acerqué con la foto familiar. Se la
mostré cohibida.
- Se le da un
aire- dijo el más indulgente. Pero tiene que probarlo.
Mi marido o el que dice serlo sigue en la puerta, escoltado por dos policías.