lunes, 3 de octubre de 2011

Niño malo/banco malo


Dedicado al Gobernador malo y a sus banqueros peor que malos
En España supervisa los bancos/cajas Miguel Ángel Fernández Ordoñez

   No dejo de preguntarme lo que debo de hacer cuando te sale un niño malo, de esos que no puedes controlar y que te deparan sorpresa tras sorpresa (estropicios incluso con efecto retroactivo: te llegan avisos del juzgado dos meses después, multas de tráfico porque te birló el coche sin carné, tres meses después…).
   Hay veces que estoy tentado de meterlo en un reformatorio, que para algunos padres es como poner tierra de por medio, vamos perderlo de vista. Por un lado pienso en plan sensato: “Adiós, niño malo, hay te pudras que no tienes enmienda”. Pero al final me digo: “mira es tu hijo, apechuga con todas las consecuencias. Quizá algún día de un cambio. Para bien, claro. Y si queda torcido, es tu hijo, que también cuenta”.
    No deben de pensar igual los responsables de las entidades financieras (banqueros y demás para entendernos). Su comportamiento es diametralmente opuesto al de un padre de familia responsable. En cuanto tienen un muerto en el armario (vamos un quebranto de tomo y lomo, auspiciado en gran parte por ellos: en cuanto la vaca no da más leche cortan por lo sano) lo tienen bien fácil: lo aparcan en el banco malo, inteligente concepto creado por los norteamericanos. Y lo hacen cuando ya in extremis: el muerto huele tanto que apesta.

   “Mira que son listos estos tíos (los banqueros) - dice mi mujer, muy cabreada- nos pasan los problemas (que en gran parte ellos han alimentado, mirando para otro lado, cuando no siendo fiduciarios de negocios insolventes) y nos tenemos que comer el marrón como una contribución más que pagar a la crisis. ¿Y qué hacemos nosotros con el niño malo? ¿Se lo enviamos por paquete-express a ellos (los banqueros)? Ganas me dan, no te digo. ¿Lo marginamos como un apestado, como hacen ellos con los productos tóxicos? Nos aguantamos, no queda otra”. Le doy la razón a mi mujer, en todo. No es para menos.
    Antes si tu hijo tenía, por ejemplo, sarampión dejabas que los demás se acercaran para que se contagiaran y no tuvieran que cogerlo con mayor virulencia. Era un proceso natural, lógico y de buen vecino. Ahora, en cambio, todo lo malo espanta y se esconde. Pero esta no es la solución. Una vez aparcado (o recluido en el reformatorio el niño malo/banco malo siguen dando problemas). Un día los padres descubren que les falta la cartilla de ahorros, (si es de la CAM ya importa menos), que les ha sustraído la cartera; en fin tropelías de niño malo (mal que bien asumidas). Otro día los banqueros reconocen que el pufo que tan alegremente han alimentado (financiado con nuestro dinero) se les ha ido de las manos.
    La pregunta me da una y mil vueltas: ¿en verdad es mi hijo irrecuperable? ¿Acabará convirtiéndose en un foco pernicioso si lo alejo de casa como un apestado? 
    Tomen buena nota, señores banqueros: no hay bancos malos (es un triste eufemismo) hay malos banqueros y nosotros pagamos las consecuencias. ¡No te jode¡
(El debate queda abierto: ¿enterramos los bidones tóxicos sin sellar en el jardín del vecino? Es otra manera de traspasar los marrones.) Lo del niño malo/banco malo no se queda aquí. Es para reflexionar sobre los VALORES (no de legionario) que entre todos nos hemos cargado: desde la ética a la falta de palabra.